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“Me llamo Abdallah Aljazzar, tengo 24 años y vivo en Gaza. Muchos de nosotros estamos empezando a planificar nuestra salida de aquí para empezar una nueva vida en otros países. No estoy seguro de dónde terminaré, pero sé que tengo que salir”. Aljazzar, licenciado en Literatura inglesa, nunca ha puesto un pie fuera de Gaza, como gran parte de su generación. Desde hace semanas está, igual que más de un millón de palestinos, desplazado en Rafah, en el sur de la Franja, y pasa el día buscando algo de comida para los suyos. Ha perdido a más de 30 miembros de su familia desde el inicio de los bombardeos, en octubre, y su casa es una montaña de ruinas. Siente que no puede más. Calcula que necesita 20.000 dólares australianos (unos 12.150 euros) para cruzar la frontera con Egipto, vivir unas semanas en El Cairo, volar a Australia y subsistir los tres primeros meses. “Pertenezco a una organización de jóvenes escritores en Gaza y tengo una mentora que vive allí, me ayudará con el visado y también me hará una invitación para que me sea más fácil ser aceptado por las autoridades”, explica a este diario por WhatsApp. Por ahora solo ha recaudado algo más de 2.300 euros. “Temo haber pedido demasiado. No hay un plazo para conseguir el dinero, pero la guerra puede matarme de un momento a otro. Si logro escapar, podré sacar al resto de mi familia y comenzaremos una nueva vida en otro lugar”, dice.
El anuncio hecho hace un mes por las autoridades israelíes de una operación terrestre en Rafah que obligará a evacuar a los ya desplazados en esta zona, el hambre que va en aumento mientras no entra suficiente ayuda humanitaria y la desesperación que generan cinco meses de guerra han hecho que miles de gazatíes intenten salir del territorio a cualquier precio. Muchos aspiran a reunir el dinero a través de campañas de micromecenazgo, con mensajes desesperados en inglés que se multiplican cada semana.
El fin es reunir la cantidad exigida por unas opacas redes de intermediarios que les facilitan el cruce a través de Rafah, el paso fronterizo con Egipto. Es el tansiq (coordinación, en árabe), como llaman a la operación que consiste en que una mafia soborne a las autoridades para asegurarse de que un nombre concreto se incluya entre los 250 diarios de la lista de la policía egipcia en el cruce. Esa lista existe desde hace años, pero entrar en ella solía costar entre 300 y 600 dólares (entre 275 y 550 euros).
Desde octubre, ya huyeron de Gaza a través de Rafah la inmensa mayoría de palestinos que poseían un pasaporte extranjero o tenían suficiente poder adquisitivo para pagar por sí mismos a la mafia. Quedan quienes no tienen otra opción y, en un territorio donde más del 50% de la población era pobre antes de la guerra, la única solución ahora para huir es recurrir a colectas y micromecenazgos.
Pagar a esa red de intermediarios no implica automáticamente cruzar a Egipto, sino la posibilidad de hacerlo en los días venideros, explican gazatíes que conocen el sistema. Cuanto más se paga, más rápido es el proceso. La cantidad exigida depende de quién seas, de la prisa que tengas, de tus contactos o de tus inclinaciones políticas, entre otros. En enero, oscilaba entre 4.500 y 11.000 dólares (entre 4.150 y 10.150 euros). Hoy, entre 7.000 y 12.000, según distintos testimonios. Aljazzar calcula que en su caso, el pago de este soborno será de unos 5.000 dólares. Es la crueldad de la ley de la oferta y la demanda, con la espada de Damocles de una invasión militar inminente, como reiteró este jueves el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu: “Quien nos dice que no operemos en Rafah, nos dice que perdamos la guerra. Y eso no va a pasar”.
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Otro reto es el pago. El bloqueo israelí en vigor en la Franja desde 2007 y las medidas para evitar que el movimiento islamista Hamás se dote de fondos, dificultan el comercio con Gaza. La guerra ha hecho el resto. En este momento, hay interminables colas en los escasos cajeros que aún funcionan en Rafah y ante las oficinas de Western Union aún activas. Por ello, quienes organizan las colectas, usan familiares y amigos en el extranjero para hacer llegar el dinero recaudado directa o indirectamente a los intermediarios en El Cairo.
Más dinero, más rápido
Las plataformas de micromecenazgo están inundadas de casos como el de Aljazzar. Una foto, una breve historia de la persona explicando quién es, dónde se encuentra y qué aspiraciones tiene, y un detalle de los gastos que debe afrontar. Una simple búsqueda con la palabra Gaza en la principal, GoFundMe, aporta más de 500 resultados. Cada semana son más.
Asma Aldada tiene 27 años y una petición en GoFundMe: “Cuando se anunció la incursión [terrestre israelí] en Rafah, entendimos que no quedaba lugar para nosotros. No queremos ser desplazados nuevamente. Solo volver a nuestros hogares de los que no sabemos nada. Al comienzo de la guerra, estaba en contra de quienes salían de Gaza y abandonaban el vínculo con la tierra y el sumud [la perseverancia, un importante valor en el nacionalismo palestino], pero ahora tengo miedo por mi familia y la guerra se prolonga. No queremos acabar en la calle, por eso decidí hacer esta petición”, cuenta por mensajes de WhatsApp.
Son seis en la familia y duermen en una carpa de plástico. “Cuando llueve, el agua entra por debajo y moja la ropa que está en el suelo”, cuenta. Algunos huyeron a toda prisa de la casa en la capital con apenas dos mudas en el bolso. Aldada ha pasado de volar el año pasado a Jordania a representar a Palestina con su proyecto de artesanía (Gaza handmade, Gaza hecho a mano) a comer de la ayuda humanitaria y de lo que su madre cocina en un horno de barro, por falta de gas y electricidad. “Compramos agua para beber y para lavarnos. Hemos llegado a beber agua salada”, cuenta. Trata de recaudar 50.000 euros para que puedan salir los seis. Lleva 355.
Sus mensajes por WhatsApp contrastan con su humor en Instagram, donde simula los vídeos en los que famosos e influencers resumen su día. Ella narra en primera persona su jornada en Gaza: tomó “el Land Rover de papá” (muestra un carro tirado por un burro), entró “al centro comercial a comprar Prada y Adidas” (ropa de segunda mano en las calles de Rafah) y se llevó “en el Carrefour” (el mercado negro) cebollas a 50 séquels el kilo (casi 13 euros, en los precios inflados por la falta de alimentos).
La mención de Aldada al sumud remite al dilema que plantean estas iniciativas: intentar salvar la vida y la de tus seres queridos alimenta, a la vez, a las mafias que se lucran con la desesperación y convierte el derecho a sobrevivir en una cuestión de dinero, conexiones con el extranjero o dominio del inglés. Además, refuerza la idea de la ultraderecha israelí de una Gaza vacía de palestinos y con asentamientos judíos como los evacuados en 2005. En los últimos meses, en Israel se habla de “emigración voluntaria”, un eufemismo para forzar a los palestinos a abandonar Gaza, sin expulsarlos directamente. El ministro de Legado, Amijai Eliyahu, ha llegado a provocar risas al presentarla como una forma para que los gazatíes que lo deseen “mejoren donde viven” y otro, Shlomo Karhi, titular de Comunicaciones, ha señalado que “la propia guerra” hará que muchos acaben queriendo irse.
“Incluso cuando termine la guerra, es difícil imaginar cómo será la vida en Gaza en el futuro”, dice Aljazzar, casi disculpándose por querer huir. En las últimas semanas, la mayoría de los contactos mantenidos con los gazatíes terminan en el tema financiero. Las personas, angustiadas, piden ayuda cada vez con menos pudor e insisten en que se difunda su petición de micromecenazgo.
Como Tamer Ashraf, de 20 años. Recauda a través de un amigo en Suiza 100.000 francos suizos (más de 100.000 euros) para sacar a 11 miembros de su familia. “Es mucho, pero necesario para escapar de este genocidio, especialmente antes de la invasión terrestre de Rafah”, justifica.
Entre los motivos que señala por WhatsApp para irse, cita tratarse heridas en un pie y una mano o la previsible invasión de Rafah, pero sobre todo salvarse de lo que considera “una muerte segura”. “No me iría de mi país y mi patria si no fuese la única forma de sobrevivir. Y para sobrevivir, necesitas mucho dinero”, resume. Ashraf se queja de que el precio para poder cruzar la frontera “cambia cada día” y puede superar ya los 10.000 dólares por persona.
Es también el caso de Ibrahim. Estudiante de Medicina, pide 27.000 dólares (24.600 euros) para terminar su carrera en el extranjero y desde diciembre ha obtenido 7.000. “No he logrado lo mínimo que necesito para salir. Estoy muy cansado. Ojalá alguien conocido viera mi petición y decidiera apoyarme con el dinero que falta”, dice a este diario en una llamada entrecortada desde Deir el Balah, en el centro de Gaza.
O de Feras Al Jatib, que cuenta por mensajes directos de Instagram que necesita “lo que sea” para irse con su familia y, de momento, para el alquiler que ha encontrado en Zawaida, en el centro de Gaza, tras tener que huir de su casa en la capital. “El casero me va a echar en breve porque no puedo pagarle”, lamenta.
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