El Tribunal Internacional de Justicia de la ONU se pronunció ayer sobre las medidas cautelares —no sobre el fondo— relacionadas con la denuncia por presunto genocidio presentada por Sudáfrica contra Israel por su acción bélica en Gaza. Los jueces rechazaron la petición de alto del fuego que reclamaba Sudáfrica, en un reconocimiento del derecho de Israel a defenderse, pero aceptaron pronunciarse en un marco legal de riesgo de genocidio, exigen medidas que eviten actos genocidas e imponen a Israel permitir el paso de ayuda humanitaria. Tardaremos años en conocer el juicio sobre el fondo. Pero al trasluz de la decisión se perfila con claridad el contorno de una serie de descalabros morales, de distinta intensidad. Entre ellos, muy significativo es el de Occidente.
El ataque de Hamás del 7 de octubre fue un espantoso acto de terrorismo. Hamás ganó las elecciones parlamentarias en Palestina en 2006, pero esto de ninguna manera excluye que sea un grupo terrorista, porque es autor de actos terroristas. La opresión del pueblo palestino no justifica sus acciones. Nada digno cabía y cabe esperar de Hamás, su inmoralidad no es una sorpresa.
Más cabría esperar de Israel, democracia que, sin embargo, pisotea los más elementales principios democráticos, por ejemplo con décadas de ocupación, de colonización ilegal —robo de tierra, dicho en plata— y repetidas acciones militares desproporcionadas y de dudosísimo encaje en el derecho internacional. En esta ocasión, Israel tiene derecho de responder al infame ataque sufrido, pero las modalidades en qué lo ha hecho representan un terrible descalabro moral. La magnitud de la destrucción y la indignante restricción a la entrada de suministros básicos para los civiles son una mancha que perseguirá a Israel en la historia. Lo peor es que, con toda probabilidad, minará también su seguridad, por razón de la semilla de odio que él mismo siembra con la opresión, con la bota en el cuello palestino durante décadas. Hasta aquí, las partes beligerantes.
A partir de aquí toca señalar el descalabro moral de Occidente. In primis, de Estados Unidos, gran sostenedor de Israel durante décadas. Pueden encontrarse argumentos que justifican ese apoyo después de la Segunda Guerra mundial. La región estuvo y está plagadas de actores siniestros y el pueblo judío había sufrido una persecución casi inimaginable. Lo que es completamente inaceptable es que esa ayuda fuera incondicional, que siguiera fluyendo en medio de la colonización descarada, atropellos varios, e incluso ahora, cuando, mientras con la boca Washington pide contención, con las manos arma los cañones de Israel con cargamentos de municiones enviados sin aprobación del Congreso. Estados Unidos es quien más capacidad de influencia tiene sobre Israel, y por ello es quien más responsabilidad tiene con sus acciones y omisiones entre los actores externos. Debería haberla utilizado mucho más.
La UE y sus países miembros la tienen en gradación menor, pero también elevada. No hay constancia de ninguna acción de peso por su parte para reconducir la política de colonización y opresión que Israel ha elegido como vía para garantizar su seguridad, con el estrepitoso fracaso al que asistimos hoy. Los europeos no tienen ni el peso militar ni el estratégico de EE UU. Pero son el primer socio comercial de Israel y podrían haber tomado significativas medidas de presión en este sector, o en el plano estrictamente político y diplomático. Antes de la actual crisis, y durante ella. En cambio, poco cabe recordar en el historial, como mucho inanes cuestiones de etiquetado de productos procedentes de territorios ocupados. Las responsabilidades son individuales y deben ser graduadas. Los Gobiernos de España y Bélgica, por ejemplo, en esta circunstancia han actuado mejor que otros. Pero, ay, no son muy relevantes en la escena global. Asimismo, el Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell, ha hablado más claro que muchos otros, pero obviamente está sujeto a los límites de una institución democrática con 27 miembros y un funcionamiento muy complejo.
Occidente merece pues una reprobación fuerte por ese historial y este presente. Una mayor presión habría no solo salvado mejor su honor y evitado sufrimiento injusto de civiles palestinos, sino que habría tal vez desviado a Israel de una senda que le ha conducido a un enorme aislamiento y reprobación internacional, mientras su seguridad no está nada garantizada. Nefasto balance. Es muy tarde ya, pero todavía cabe exigir y esperar que ahora actúe con más fuerza para exigir que se cumplan las medidas cautelares dictadas por el tribunal de la ONU.
Dicho esto, conviene no pararse ahí y que el repaso sea exhaustivo. Los entusiastas de la reprobación de Israel y de Occidente deberían intentar no subestimar algunas cosas. Por supuesto, tener en cuenta que el tribunal no se ha pronunciado sobre el genocidio, concepto que algunos usan con ligereza: convendría dejarlo a los jueces, entre otras cosas porque la retórica desatada tiende a incendiar en vez de construir soluciones. En segundo lugar, que ha reconocido el derecho de Israel a defenderse. En tercer lugar, que el balance de fracasos morales debe ser ecuánime en todo el mapamundi.
Sudáfrica ha hecho muy bien en llevar el caso a la justicia. Israel debe responder ante ella. Ahora, el tamaño de la hipocresía de Sudáfrica queda claro cuando se recuerda que se abstuvo en la votación en la ONU sobre la invasión de Rusia a Ucrania. Esa no estaba ni siquiera espoleada por un ataque previo, como la respuesta de Israel. Pero en ese caso a Sudáfrica le dio igual, como muestra su voto. Sobre el descalabro moral de Rusia no merece la pena gastar muchas líneas. China avala la invasión rusa y por otra parte hace negocios y apuntala los peores regímenes de la tierra. Los regímenes árabes, entre los cuales los hay que descuartizan con serruchos a periodistas —Arabia Saudí— hace mucho que abandonaron la defensa de los derechos de los palestinos, y ahora a regañadientes se mueven ante la conmoción de sus sociedades. Lula declaró que considera que Zelenski es igual de responsable que Putin por lo ocurrido en Ucrania. Y, en Occidente, se agradecería que ciertos sectores muy vocales en contra de las acciones de Israel lo fueran con intensidad comparable en contra de las de Putin en Rusia, que no son solo brutalmente desproporcionadas, como aquellas, sino que no tienen ni siquiera la base de una legítima defensa, tan solo el anhelo de un colonialismo despiadado. Descalabros morales hay muchos.
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