Mientras el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se afana durante su nueva gira europea, esta vez por los países bálticos, en solicitar más ayuda para derrotar a Rusia en el frente; mientras la Alianza Atlántica, reunida este miércoles en Bruselas, se comprometía a gastar “miles de millones” de euros en asistir militarmente a Kiev, sobre todo, en su defensa aérea; mientras todo esto pasaba en 48 horas, Moscú gastó una suma cercana a los 56 millones de euros en la compra de bienes de guerra. Y todo pese a las restricciones comerciales aprobadas en Occidente tras la invasión a gran escala iniciada el 24 de febrero de 2022. Según un informe publicado este jueves por el centro Kyiv School of Economics (KSE) y el Grupo Yermak-McFaul ―liderado por el jefe de gabinete presidencial Andrii Yermak y el exembajador estadounidense Michael McFaul―, las importaciones rusas de bienes de guerra se han recuperado en gran medida de su fuerte caída tras la imposición de controles a las exportaciones.
El estudio, elaborado a través del monitoreo de bases de datos comerciales y bajo el título Desafíos en la aplicación de los controles de exportación. Como Rusia sigue importando componentes para su producción militar, cifra en 932 millones de dólares (851 millones de euros) la media de gasto mensual ruso en importaciones de bienes destinados al campo de batalla (equipos de comunicaciones, componentes electrónicos o semiconductores de uso exclusivo militar, entre otros) de enero a octubre de 2023, el periodo analizado. Esta suma supone tan solo un 10% menos de lo que Moscú dedicaba antes de las sanciones comerciales.
Además, el 48,5% de esos bienes tendrían como origen alguno de los países de la coalición que precisamente puso en marcha las restricciones. Esto no quiere decir que el vendedor, radicado en Estados Unidos, Australia, Japón, el Reino Unido o cualquier Estado miembro de la Unión Europea, negocie a sabiendas con empresas rusas, sino que el rastro de sus ventas se pierde en un complejo entramado hasta llegar a terceros países, es decir, a socios directos de Moscú como, por encima de todos, China ―gobierna todos los apartados en el mapeo de las importaciones de estos bienes a Rusia, como país productor (47%), de origen (66%), simplemente vendedor (40%) o país de entrega de producto (56%)―, pero también Turquía y Emiratos Árabes Unidos, señalados por el informe.
El reporte apunta, no obstante, que la compra de otros productos que son fundamentales para la maquinaria bélica, aunque de doble uso, civil o militar, ha caído más de un 28%, de los 2.933 millones de euros mensuales gastados por Rusia antes de febrero de 2022 a los 2.092 millones de media en los primeros 10 meses del pasado año. Es decir, según señala la investigadora senior del KSE Olena Bilousova, los controles a las exportaciones pueden funcionar y funcionaron tras la invasión. “Obligan a Rusia”, continúa Bilousova, desde la sede del centro en la capital ucrania, “a buscar nuevas rutas comerciales y gastar así más dinero”. Pero no es suficiente. “Si se aprueban nuevas medidas tendríamos más efecto”, prosigue, “pero si paramos, perderíamos lo logrado hasta ahora”. Entre las recomendaciones del estudio está el esfuerzo coordinado de los países sancionadores, entre las instituciones, entidades financieras, empresas e incluso la sociedad civil. “Que se llegue”, apunta esta analista, “a un marco parecido al del control internacional de lavado de dinero”.
El informe es relevante no solo por lo que dice, sino también por el momento. Iniciada la invasión a gran escala, una coalición de países, entre ellos, EE UU, el Reino Unido, los miembros de la UE, Japón, Australia, Canadá y Corea del Sur extendieron un entramado de control a las exportaciones a Rusia sin precedentes ―ampliaba el alcance de las medidas adoptadas tras la anexión ilegal de Crimea y la invasión de la región de Donbás en 2014―. Para entonces, Rusia contaba con stock y su industria estaba volcada ya en la guerra ―la compra de bienes para el campo de batalla se disparó además a finales de 2021, mientras se preparaba la invasión―. El efecto de cualquier sanción se iba a hacer esperar. “Pero cualquier tipo de retraso [en los efectos de las sanciones] ha finalizado”, advierte Bilousova. O funcionan o no.
Cambio en las rutas comerciales
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Lo que es seguro, según la investigación del KSE y el Grupo Yermak-MacFaul, es que, gracias a las restricciones a las exportaciones, Rusia ha sufrido desabastecimiento de algunos productos de valor fabricados por empresas occidentales, en especial en el apartado electrónico. También que las rutas comerciales de este material se han ido transformando. Bilousova señala cómo, por ejemplo, el análisis de bases de datos comerciales les ha permitido identificar cambios en el grupo de proveedores chinos de Rusia a medida que algunas empresas del gigante asiático han engordado la lista negra del Departamento de Comercio norteamericano; o cómo un país aliado de Rusia como Kazajistán pasaba de cero importaciones de semiconductores a multiplicar sus compras desde febrero de 2022.
Pese a que los efectos son moderados, la vigilancia desde Occidente continúa. Sirva de ejemplo la inclusión el pasado 6 de diciembre de 42 nuevas empresas a la lista negra estadounidense por proveer al ejército ruso, incluido material para la producción de drones junto a Irán en las nuevas instalaciones de Tatarstán ―solo en diciembre, Rusia lanzó más de 600 aparatos no tripulados a modo de proyectiles con carga explosiva contra territorio ucranio―. Entre las entidades denunciadas había, por ejemplo, cuatro radicadas en Chipre, tres en Bélgica, una en Alemania y otra en Países Bajos. A raíz de esta medida, el empresario belga Hans Maria De Geetere, de 61 años, fue detenido en una operación entre las autoridades belgas y el FBI.
El informe Desafíos en la aplicación de los controles de exportación destaca precisamente la posibilidad que tiene la legislación estadounidense de perseguir productos que, si bien no responden a un fabricante radicado en EE UU, sí contienen en su ensamblaje algún componente, aunque sea mínimo, de procedencia norteamericana. Pero una cosa es la teoría y otra, la práctica. La Agencia Nacional de Ucrania para la Prevención de la Corrupción ha podido identificar 2.800 piezas en las armas utilizadas por Rusia en su ofensiva ―en misiles, drones, vehículos militares―. De ellas, el 95% proviene de productores en países de la coalición; el 72% de estos, con origen en EE UU.
Una de esas compañías es Texas Instruments. Un informe interno del Ejecutivo ucranio al que ha tenido acceso EL PAÍS identifica productos de Texas Instruments en componentes de los drones Shahed utilizados por Rusia. En abril del pasado año y ante las informaciones sobre la llegada de los microchips de esta empresa al mercado ruso pese a las sanciones, el consejo de la tecnológica votó en contra de reforzar internamente el control del uso indebido de sus productos.
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