Un español en el Panteón. Un republicano, un comunista, un combatiente en la Guerra Civil, un resistente contra los nazis. Celestino Alfonso se convertirá este miércoles en el primer ciudadano de esta nacionalidad en entrar en el templo laico de las glorias francesas. Se escribe entrar en cursiva, porque físicamente sus restos seguirán en el cementerio de Ivry, al sur de París.
Pero su nombre quedará inscrito, junto a otros 22 miembros de un grupo de la Resistencia contra la ocupación alemana de Francia, a la entrada de la cripta donde el líder del grupo, el armenio Missak Manouchian, y su mujer, Mélinée, reposarán eternamente en el mismo lugar que Voltaire, Rousseau o Victor Hugo.
Francia, por iniciativa del presidente Emmanuel Macron, saldará una deuda con los extranjeros que dieron su sangre por un país que no siempre les trató como debía. Manouchian, Alfonso y otros camaradas ―apátridas, judíos, armenios, polacos, húngaros, italianos, rumanos…— protagonizaron uno de los momentos trágicos y heroicos de la II Guerra Mundial.
“La última carta de Celestino… cada chaval en Francia tendría que leerla un día. Hay mucho que aprender”, dice el hispanista francés Jean-Claude Rabaté. “A través de Celestino, todos los republicanos y resistentes españoles van en entrar al Panteón”.
El palacio del Elíseo habla de una “entrada física” en el Panteón: la de Missak y Mélinée. Y otra “entrada simbólica”: la de Alfonso y los demás, que “tiene el mismo valor: entrada e inscripción en el Panteón”.
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En noviembre de 1943, la policía francesa, cómplice de los alemanes, desarticuló la red Manouchian. El 21 de febrero de 1944 sus miembros fueron ejecutados en la fortificación del Mont Valérien, hoy memorial de la Resistencia. Los nazis publicaron un pasquín con un fondo rojo y fotos de atentados en el que se leía: “¿Liberadores? ¡Liberación por medio del ejército del crimen!” Así fueron conocidos como el grupo de L’affiche rouge, o el afiche rojo.
“Alfonso. Español. Rojo. Siete atentados”
En el cartel, distribuido desde unos días antes de la ejecución, se veían los rostros de 10 de los detenidos, y una pequeña explicación. Uno de ellos decía: “Alfonso. Español. Rojo. Siete atentados.”
La información sobre Celestino Alfonso fue escasa durante tiempo, más allá del círculo familiar y menciones dispersas en libros sobre Manouchian y el Afiche rojo. Se sabía que había nacido en 1916 en Ituero de Azaba, cerca de Ciudad Rodrigo, en la provincia de Salamanca. Que su familia, con él, emigró a Francia unos años después y que creció en el extrarradio de París. Que era carpintero de oficio y en los años treinta ingresó en las juventudes comunistas.
Se sabía, también que, en 1936, volvió a España para luchar contra los sublevados. Que regresó a Francia al final de la guerra e ingresó en las FTPF-MOI (Francotiradores y partisanos-Mano de obra inmigrada). Que participó en el atentado contra un capitoste de la Alemania nazi en París, Julius Ritter. Que, tras ser detenido, un tribunal militar alemán le juzgó.
Celestino Alfonso tenía 27 años al ser fusilado. En una carta redactada en francés unas horas antes de ser asesinado, y dirigida a su familia escribió: “Hoy a las tres seré fusilado. No soy más que un soldado que muere por Francia”. “Sé por qué muero y estoy orgulloso”, continúa. “Mi vida ha sido un poco corta y espero que la vuestra sea más larga”.
Su nieta, Juana Alfonso, lee por teléfono una segunda carta que encontró entre los papeles de Juan, su padre, el único hijo de Celestino. Está redactada en castellano y dirigida a su mujer e hijo. “No me arrepiento de mi pasado”, les dice. “Si hubiera que recomenzar, sería el primero. Yo os pido mucho coraje, que mi hijo tenga una buena educación…”.
Juana recuerda cómo de pequeña su padre, el hijo de Celestino, escuchaba la canción de L’affiche rouge, de Léo Ferré, quien musicó los versos del poeta comunista Louis Aragon: “Eran 23 cuando los fusiles florecieron 23 que dieron su corazón antes de tiempo / 23 extranjeros y hermanos nuestros sin embargo / 23 enamorados de la vida hasta morir / 23 que gritaban Francia mientras caían”.
Juana Alfonso tardó en saber exactamente quién fue y qué hizo su abuelo. Su padre no recordaba mucho. A la muerte de Celestino, Juan solo tenía dos años y medio, aunque creció con el recuerdo doloroso del héroe caído, a la vez omnipresente y ausente. Juan fue enfermero psiquiátrico de profesión, “un poco de la época hippy”, le recuerda su hija. Explica que le llevaba a las barricadas de mayo del 68. Era pintor y músico, también. Murió a los 33 años, cuando ella tenía cinco y medio.
“Muy pronto supe que mi padre había muerto por la pena de la muerte de su padre”, dice Juana. Con los años, fue reconstruyendo la historia de Celestino. Uno de los supervivientes del grupo resistente, Henri Karayan, le contó una vez que, para él, Celestino “era el mejor, el más ágil, el más aguerrido”.
El escritor Patrick Fort pasó años investigando para escribir la novela Après nous (Después de nosotros, no traducida al español), basado en la vida de Celestino Alfonso. Entre otros testimonios, recabó el de Julien Lauprêtre, que como joven resistente convivió en la misma celda que Manouchian, Alfonso y los otros detenidos.
“Me dijo que Celestino Alfonso le impresionó”, dice Fort. “Después de las sesiones de tortura, volvía a la celda, no en muy buena forma, y levantaba la moral al resto”.
En Ivry hay una calle dedicada a Celestino Alfonso. Ni la familia ni los expertos consultados tienen noticia de que en España haya una placa u otra forma de conmemoración. “En su pueblo no hay nada, ni una calle, nada”, lamenta el hispanista Rabaté. “En cambio, hay una calle dedicada al general franquista Moscardó”.
En Francia, su nombre estará para siempre grabado en el Panteón, en cuyo frontispicio se lee: “A los grandes hombres, el reconocimiento de la patria”. Un grand homme, un héroe.
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